Una terraza en el Psico-Trópico
Cierro los ojos, me relajo, me concentro, soy agua, soy ese
árbol viejo en mitad del campo, soy una lucecilla olvidada en mitad del
universo, soy una garza elegantemente coja, señor psicólogo, yo nunca he visto
una garza, ejem ejem, me relajo, me
concentro, no pierdo el equilibrio, me relajo, no más pastillas, no, no, soy un
río, soy un torrente de lava detonada, soy un ciclón depredador, me he comido
tres pueblos de los de Ikea y
corrupción, señor psicólogo, soy un mar oscuro, no soy una garza soy un lobo
famélico, soy… soy una mandíbula de metal pesado en lo alto de una torre llena
de comida.
Hoy no va a ser el día de
sobrevivir sin Diazepam.
Abro los ojos y ya no estoy en el mismo lugar; respiro
hondo, me concilio con las pulsaciones exaltadas, tomo aliento y escucho
cercano el murmullo de la tarde que muere sonriente. El subidón se está
convirtiendo en automático, justo antes, una cerveza, la canción de un amigo en
la barriga y una inmensa batalla con falda de lino, sonrisa de noche a
carboncillo y saldo de vergüenzas, lo recuerdo, aunque tembloroso, lo recuerdo.
Me apuntan que deje de subirme a la mesa y gritar como un maniaco, me da tiempo
a ver desenfocado un nombre RAUF… ROAF… ROOF, eso es, ROOF; este encuentro con
los cubiertos va a traspasarme el juicio y a joderme la memoria. No me responsabilizo,
como no se responsabilizan los que buscan en los jardines de la alquimia.
Hay lugares cuyo mayor atractivo es la capacidad de situarte
en mitad del trance. Lugares que ni gozan de culto sereno, ni mucho menos son
benditos. Pueden ser nidos de mugre con una belleza poderosa, encrucijadas de diseño, esquinas de pulgas o
de lámparas de leds gigantes. Hay lugares que te arrancan con violencia la
evocación y la imagen, y da igual que estés amargado, o creas que puedes
someter al mundo, porque has accedido a la inyección, y eso, te arrebata las
herramientas racionales. Uno de esos lugares, se llama Roof y está en Sevilla.
Como suelen hacer las buenas esquinas de estraperlo y
menudeo, el Roof exhibe sus atributos a
las miradas más avispadas mientras se camufla con sutileza de otras menos
interesantes. Para anunciar el premio al visitante atrevido, sustituimos
el par de botines amarrados con
ingeniería al tendido eléctrico, por el cartel en la puerta del hotel de 4
estrellas (Hotel Casa Romana en la céntrica calle Trajano). Para regalar la
merecida bienvenida y conducir hasta el destino, cambiamos la mirada de rayos x
y el “y tú a quién coño buscas” desde el ruinoso portal, por la sonrisa y el
gesto afirmativo en dirección escaleras, desde el aséptico mostrador de check
in. Por lo demás todo igual, y lo mejor, a 4 pisos, la recompensa, eso sí, sin
llave ni contraseña (y sin miedo a la muerte). La primera sorpresa agradable es
que Roof no está arriba; es más, ni siquiera
está en Sevilla. Ni los olores, ni los colores, ni la disposición del
mobiliario del restaurante hablan de la ciudad. Ni miarmas ni jaleos, ni
griteríos ni guitarreos, en serio, ¿puede un restaurante-terraza peinar el techo
de Sevilla a tempo de Chill Out?, al menos de la Sevilla que habitualmente
vemos. No me engañan los edificios grises ni las grúas, ni los monstruos de
hormigón que muerden el skyline y aúllan desde las lejanías, (idiosincrasia de
moda en la ciudad). Definitivamente, el viaje ha comenzado antes de la primera
ingesta, tomémoslo con calma.
He tomado asiento tras equivocarme y entrar en la cocina
abierta a los comensales(e intentar sentarme sobre la barbacoa), tras regatear
a dos camareros con bermudas y gafas de pasta y a un dj, sí a un dj (sólo falta
el tatuador de marras para el póker)y finalmente tras intentar saltar con ropa
sobre el jacuzzi que está junto a mi mesa; en 100 metros de paseo, en vez de
tendederos llenos de calzoncillos, un muestrario casi completito del
“underground” de la ciudad. Por fin ha llegado el momento del que me hablaron, a pocos
minutos, la excursión psíquica. Pido la cena, copiosa como de costumbre, no
vaya a ser que hoy me entren ganas de dormir y se me fastidie la fiesta.
Entrante, plato principal y postre, más dos copas de vino y agua.
Entrante: Pluma ibérica con terrina de patata y queso
manchego… repito ¿entrante? Carne muy bien cocinada, al punto, llena de sabor
por sí misma y espectacular ligada con la salsa. La guarnición añade una
cremosidad que se agradece, la patata con el queso manchego matiza, cuando se
requiere, los sabores de la carne y cuando no, es también suficientemente
sabrosa como para tomarse por separado. Hay cuatro factores en concierto y aunque hay claramente un líder, los
cuatro son capaces tanto de acompañarse como de solear aceptablemente, y por
cierto son 4 viejos conocidos, la carme, la salsa, la patata y el queso (nada
de cornos ingleses ni movidas por el estilo).
Me estoy mareando, me concentro, nada hace presagiar lo
siguiente, ¿un plato de carne de primero?, me están inundando las sensaciones
extrañas, no voy a cerrar los ojos, todavía no. Joder, no me traen suficiente
pan, el vino blanco que me han servido es bastante anodino, los vasos son
iguales, indistintamente de si es para agua, para cerveza, para vino o para
colacao, la camarera se ha olvidado de mi ensalada. Qué pasa, no sé si el tinto
será mejor, no sé si mi plato principal será un postre, no sé qu… ¿eso que veo
a lo lejos es el mar?
“Plato principal”: Ensalada de pato, peras y helado de
parmesano. Ración generosa. Sabores por todos los rincones, juego de texturas.
Las láminas de pato se confunden con los crujientes, con las hojas, con los
trozos de pera, con el helado de queso. Aliño presente y un poco repetitivo, la
sensación de que el dulzor acapara y tapa los demás sabores en algún instante.
El helado aporta un contraste de temperatura que podría ser definitivo si, por
ejemplo, el pato no estuviese también frío. El plato es una explosión con
metralla, quizás no para derribar un edificio, pero sí para convertirse en
foto de Pulitzer.
Postre: Helado de galleta maría y espuma de natillas. Sabor
conseguido, aunque sin demasiado alboroto. Postre correcto, suave, sin
empalague. No muy grande, mejorable en relación al tamaño y a la complejidad
del sabor y sin embargo agradable, sosegado, relajado, cada vez más tranquilo,
cada vez más sereno, cada vez más…
Cierro los ojos y ya no estoy en el mismo lugar. La mezcla
de olor a barbacoa y al cloro del jacuzzi, los sonidos de la noche robándole los silencios a la música electrónica
que suena, las luces tenues, los infames mosquitos, el
aire del verano, la amalgama de sabores divirtiéndose en la boca, no, ya no
estoy en el mismo lugar. Estoy en una playa por la noche mientras alguno de mis
amigos toca la guitarra, estoy de cháchara esperando al amanecer junto a mi
tienda de campaña, estoy fumándome un purito mientras paseo por mi barrio de
madrugada, estoy empapado y tengo frío porque nadie me había dicho que en la
costa hacía frío mientras en el interior estábamos a 45 grados, estoy
ensimismado escuchando las chicharras y los grillos…
Hay lugares cuyo fundamental atractivo es la capacidad de
colocarte en mitad del trance. Muchos lo intentan a base de imposturas, luces
de colores, decoraciones imposibles, camareras medio desnudas, pero pocos son
los que verdaderamente lo consiguen. Roof
lo hace porque pone todo su empeño en que así sea. Aunque existan algunos
contras que evidencien la todavía inmadurez del local (a pesar de llevar ya
algún tiempo), en Roof se sienten las buenas intenciones y las buenas
actitudes, y al final, la sinergia prevalece sobre la suma de patas cojas. Si
se visita el local en una noche de buena temperatura, se tiene hambre y se es
mínimamente sensible a los estímulos, la psicoactividad está asegurada:
localización de película, una escenografía interior acorde(con música
incidental incluída), comida llena de sabor y una gama de olores capaces de
hacer un surco bien grande en las esquivas puertas de la percepción.
Y sí, al final descubrí que Roof estaba en Sevilla, pero no
en la Sevilla que vacila de modernidad y glamour a base de bares con 57 tipos
de gin tonics, garitos de indie by los 40 principales y gastroengendros
con solomillo al whisky deconstruído,
sino en la ciudad de los rincones increíbles, las plazas, los conciertos en la
calle y la bohemia militante, y estaba bien alto, en la cuarta o quinta planta
de un hotel del centro, recordando a quien quisiera que ser cool no es sinónimo
de ser imbécil.
Dos platos, postre, dos copas de vino y una botella de agua: 35 euros
Roof. Terraza del Hotel Casa Romana. Calle Trajano nº
15 Sevilla
DEDICADO A MI QUERIDO ISAAC OLIVA, CON QUIEN TUVE EL PLACER DE COMPARTIR MI CENA EN ROOF
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